Reseña: «Recebimiento que la imperial ciudad de Toledo hizo a la magestad de la reina nuestra señora doña Isabel»

Javier Álvarez

(franciscojavier.alvarez@ieslafuensanta.es)

Álvar Gómez de Castro, Recebimiento que la imperial ciudad de Toledo hizo a la magestad de la reina nuestra señora doña Isabel, hija del rey Enrique II de Francia, cuando nuevamente entró en ella a celebrar las fiestas de sus felicíssimas bodas con el rey don Filipe N[uestro] S[eñ]or, II deste nombre, edición y estudio de Carlota Fernández Travieso, La Coruña, SIELAE / Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 2007. ISBN: 978-84-95289-89-6.

El libro de Carlota Fernández Travieso participa implícitamente en dos de los grandes proyectos del Departamento de Filología Española de la Universidad de La Coruña: “Literatura Emblemática Hispánica. Bibliografía, Enlaces y Noticias” [http://rosalia.dc.fi.udc.es/emblematica/] y “Catálogo y Biblioteca Digital de Relaciones de Sucesos” [http://rosalia.dc.fi.udc.es/relaciones/], que cuentan, ambos, con el sabio magisterio de Sagrario López Poza. Contiene, en efecto, la descripción del recibimiento de Isabel de Valois en Toledo, a doce días de febrero de 1560; pero sucede, a la vez, que el “programa iconográfico” (26) de la celebración, en que el propio Gómez de Castro tuvo mucho que ver, se anticipa en alrededor de treinta años a la difusión de los primeros libros de emblemas castellanos. Carlota Fernández Travieso sigue, desde este punto de vista, las perspectivas abiertas en estudios previos de Enrique Cordero Ciria, oportunamente citados desde la n. 1.

El enlace de Felipe II con Isabel de Valois tuvo lugar en dos tiempos y lugares: París, 22 de junio de 1559, con el duque de Alba en representación de Felipe II; y Guadalajara, 31 de enero de 1560. “El hecho de que los matrimonios reales en aquel siglo se celebrararan a veces en pueblos humildes”, escribe José Deleito y Piñuela (2006: 347, n. 85) refiriéndose a la centuria siguiente, se debe a “la exención de tributos otorgada al lugar donde se efectuaba una boda regia; pues cuanto más pobre era aquél y menor su tributación, menos gravoso se hacía para la Hacienda tal privilegio”; el testimonio de Lope de Vega (2007: 491) corrobora la opinión de José Deleito: “Suelen dejar los príncipes exentos / los pueblos donde fueron recebidos”.

Gómez de Castro informa de la impresión de algunas otras “relaciones cortas y falsas” (56) de los acontecimientos; parece que no se refiere, con todo, a la descripción manuscrita de Sebastián de Horozco (20, n. 24), sino más bien a varias de las que Carlota Fernández Travieso enumera, a zaga de Redondo, en su n. 30 (27). Los regidores de Toledo, descontentos con las susodichas “relaciones”, encargaron a Gómez de Castro que redactase su propia descripción de los eventos (153). El privilegio, de hecho, no se expide a nombre del humanista, sino del “concejo, justicia y regimiento de la ciudad de Toledo” (55). Gómez de Castro se refiere de forma explícita, en los textos liminares, a sus intenciones didácticas: “La declaración de las historias y fábulas, tan en particular como aquí va, se ha hecho porque todos puedan mejor gozar de ello, pues también a esta causa se ha escrito en vulgar” (56, véase también la p. 153).

De la mano de Gómez de Castro, recorremos los escenarios de la celebración: las propiedades del Conde Orgaz (127ss); “la iglesia de sant Salvador, donde es la advocación de los reyes Magos” (134); o el Alcaná, “donde están las tiendas de especería” (143). Especialmente digno de mención es el tinglado que “los del arte de la seda” (144) habilitaron en Zocodover, “la plaça más principal que en esta ciudad hay” (143). Los miembros del gremio, según parece, quisieron publicitarse a través de cierta figuración de Saturno: “A la mano izquierda estaba, a la parte alta, el dios Saturno, viejo como le pintan, arrugado, mostrando en el alegría y estirarse que estaba enamorado. Tenía una hoz en la una mano y en la otra un paño delgado, envueltos en él los gusanos de la seda, en forma que los estaba ofreciendo, y los gusanos mostraban las cabeças por diversas partes” (148-149; véase también la fig. 36).

Las nubes del conflicto se ciernen sobre la festividad en dos o tres ocasiones. Se oyen de pronto, en cierto momento de la celebración, “vozes dolorosas y afligidas” (133) procedentes de la prisión de Toledo. Los gemidos de los encarcelados molestan grandemente a Isabel de Valois, que hace que el corregidor liberase a “todos los presos que […] estuviesen en la cárcel” (134). Lo mismo sucede poco después ante la prisión de la Corte (135). Sobre esta cuestión, véase Juan Pérez de Montalbán (1999: 656): «Y como en viendo el reo la cara de su príncipe por derecho queda perdonado…». El segundo de los conflictos tiene más que ver con la etiqueta: “su magestad se levantó y a la entrada de la iglesia se paró un poco por cierta duda que se recreció entre los grandes del reino y los beneficiados de la iglesia sobre quién la había de llevar en medio” (141-142). Los eclesiásticos acaban, claro, saliéndose con la suya.

Hasta en el más frívolo o aséptico de los escritos del Siglo de Oro se pueden encontrar referencias que conduzcan a la comprensión de su estilo de vida; baste con citar las siguientes líneas de Gómez de Castro, que ilustran en parte el “Tractado segundo” del Lazarillo de Tormes: “apenas se halla casa, y principalmente en esta ciudad de Toledo, donde no haya una o dos culebras, que no hazen mal, antes se acuestan muchas vezes en las camas donde está la gente, y las hallan allí de que recuerdan, y mugeres hay que tienen algunas a quien particularmente dan de comer en sus agujeros, como a un gato o a una perrilla” (117).

Carlota Fernández Travieso se ha preocupado de incluir, en las últimas páginas de su edición, numerosas figuras: a ellas se remite continuamente en las notas, lo que facilita la comprensión de los aspectos simbólicos e iconográficos de la descripción de Gómez de Castro. Su descripción del contexto histórico de la celebración es, además, apasionante; me conformo con remitir a los curiosos lectores a su semblanza del príncipe Carlos (18-19) o a su descripción de la muerte de Enrique II, “a consecuencia de un accidente” (19). Sólo se le puede reprochar, tal vez, la insidiosa errata de la cubierta: “el rey don Filipe […], II desde nombre”; viene a nuestro rescate, en este caso y similares, la “Deyermond’s Fourth Law”, que viene a decir que: “hay que creer la portada, no la cubierta, porque el autor suele ver pruebas de aquélla, pero no de ésta” (Rico, 2005: 137, n. 28).

Referencias

Deleito y Piñuela, José, El rey se divierte, Madrid, Alianza, 2006.

Juan Pérez de Montalbán, Obra no dramática, edición de José Enrique Laplana Gil, Madrid, Biblioteca Castro, 1999.

Francisco Rico, “El título del Quijote”, en Cervantes. Essays in Memory of E. C. Riley on the Quatercentenary of “Don Quixote”, London, Routledge, 2005.

Lope de Vega, La Dragontea, edición de Antonio Sánchez Jiménez, Madrid, Cátedra, 2007.